Domingo 27 del tiempo ordinario C (6-10-2019)

Domingo 27 del tiempo ordinario C (6-10-2019)
1ª Lectura (Ha 1, 2-3; 2, 2-4)
Salmo responsorial (94)
2ª Lectura (2ª Tim 1, 6-8. 13-14)
Evangelio (Lc 17, 5-10)

Lectura del santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, los Apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería. ¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”‘. Palabra del Señor.

Reflexiones: Dios es infinitamente justo. Pero la justicia de Dios no siempre es clara, ni tampoco es rápida. Unos 600 años antes de Cristo, a Israel lo estaban gobernando reyes tan malos, que la situación del pueblo era desastrosa. Por eso el Profeta Habacuc se atreve a preguntar ¿por qué deja Yavé que triunfe la injusticia? (cf. Hab 1, 1-4).
La respuesta de Yavé es desconcertante. Dios va a permitir que los Caldeos invadan para corregir a su pueblo escogido. (cf. Hab. 1, 5-11).
Y Habacuc vuelve a quejarse (cf. Hab 1, 13). Respuesta de Yavé: El que se mantenga fiel se salvará. Le asegura que se hará justicia, pero a su tiempo. El problema para nosotros es que el tiempo de Dios casi nunca coincide con el nuestro.
El pueblo de Israel fue desterrado a Babilonia. Y luego de un tiempo –un tiempo largo, pues fueron 70 años de exilio- se ve una nueva e imprevista intervención de Dios: “Los recogeré de todos los países, los reuniré y los conduciré a su tierra” (Ez. 36, 24).
Y eso hizo. En efecto, Yavé suscita a Ciro, Rey de Persia, para que conquiste a Babilonia y dé libertad al pueblo de Israel para que regresen a su tierra.
Pero la acción de Dios es mucho más profunda. Lo que sucede no es una simple liberación y regreso del exilio, sino que hace efectiva la conversión del pueblo. Dios purifica y transforma el corazón de su pueblo, para hacerlo dócil a su Voluntad:
“Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos … Ustedes serán mi pueblo y Yo seré su Dios” (Ez. 36, 25-28).
Y esta enseñanza es válida para todos los tiempos, para cualquier circunstancia de la vida del mundo, de un pueblo, de la Iglesia, de las familias y también de cada persona en particular. Es una enseñanza muy apropiada para nosotros hoy, en el momento histórico que vivimos.
Pueda que parezca que Dios nos olvida, pero no es así. Por eso es preciso permanecer confiados en fe.
Dios es el Señor de la historia y guarda en secreto su manera de gobernar el mundo. Solamente pide que nos mantengamos fieles hasta el final. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe (Hab 2, 4.)
Fuente: http://www.homilia.org/

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